Cuadernos de Marcha, Octubre 1996
Plástica: Ulises Beisso
La pintura diáfana
Sin entrar en sesudas consideraciones teóricas se podría decir que las artes plásticas en Uruguay poseen, por regla general, una carga metafísica y un poco de amargura existencial, o bien, simplificando, una buena dosis de melancolía. Un ligero vistazo por las actuales exhibiciones citadinas podría demostrar –imperfectamente- el punto: Cristina Casabó, Magela Ferrero, Pablo Bielli, Juan Sarthou, los dibujantes en el Museo de Artes Visuales... no presentan obras que se caractericen por la alegría. Tampoco por una búsqueda per se de la belleza, al menos como meta máxima de la expresión, aunque sobre este aspecto podrían sucederse discusiones infinitas, según qué entendamos por “lo que es hermoso”. Claro es que estas generalizaciones no ayudan a aclarar nada, excepto cuando algún artista destaca precisamente por esos atributos. Ahí se dispara el contraste. Esta exposición de Ulises Beisso -que no refleja, al parecer, la totalidad de su obra -, deja eso, un sabor alegre, la sensación de haber estado junto a objetos creados por la pura deleitación del ejercicio artístico. Será por una contaminación con formas culturales distintas –vivió también en México- o por preferencias estéticas disímiles, pero la mayoría de esta veintena de trabajos va por caminos poco recorridos en nuestro medio (salvo quizás por Maca –Gustavo Wojciechowski-, pero mediante otros dispositivos y con otra intención socarrona). Hay un deslizar el lápiz por el dibujo que es casi un centellear de la rúbrica escrita, una conciliación entre la ingenuidad de la mirada infantil y el arte clásico, un paseo por el barroco latinoamericano que, sin embargo, más que un recargamiento florido nos aporta una idea de levedad y humor. El artista, que murió muy joven, cristalizó el difícil encanto de la juventud, cuando la asimilación de las influencias externas se conecta con búsquedas personales y produce una obra diáfana, sin rastros de ambición. Cómo pudo convenir tantas vertientes disímiles en un lenguaje propio es una pregunta que sólo puede responder la contemplación in situ de las obras, pues la “diafanidad” sólo es expresable por sí misma o a través de la poesía. En “Torre de Babel” de 1993, una mujer, que nos recuerda vagamente los perfiles etruscos, ha sido pintada a lápiz sobre una tabla de madera pintada y recortada por sus contornos. El esbozo lineal sobre amarillo se detiene puntilloso en los arabescos de la hiedra que trepa por el torso y por bandas dibujadas con las palabras “Torre de Babel” transcritas en diferentes idiomas. La entera figura de madera, cual refulgente y venerable ídolo, descansa en un cajoncito de madera con ruedas de carrito de feria o de triciclo infantil. Hay otras versiones de “Dora” –personaje femenino de la Torre de Babel- que se repiten en retablos cuyas bisagras permiten ocultar en un mechón de pelo duro las líneas del rostro aniñado. Hay también ensamblajes con motivos de aves (”Pájaro blanco”, “Forma pájaro azul”, “Pájaro novia”), ángeles, liebres y adonis torturados por espinas que retoman el onirismo sexual de Frida Kalho, de quien Beisso se mantenía fiel admirador. Un espectacular “Sillón cursi para uso” –así reza en el asiento- que es un regodeo de color y detalles en miniatura. Los objetos y las obras de la década del 90 son los que mejor sintetizan la idea de frescura referida, con los tonos claros y ese dibujo “obsesivo y sublime” que menciona Fermín Hontou en un texto de sala. El montaje, de Hontou y de Cristina Bausero, con una ajustada selección de piezas, ayuda a dar con la intención buscada por el artista para su última exposición del Cabildo: “Pretendí que con mi obra pasara eso, que entraras y no salieras el mismo... que en algún lugar te hubiera tocado.”
Pablo Thiago Rocca
* “Ética y estética” de Ulises Beisso, Centro Cultural DODECA.
Texto de Fermín Hontou para la exposición retrospectiva en Dodecá, Diciembre 2003.
"Ulises era un punto de referencia, pero sobre todo era un desafío permanente; en una obra de teatro, en una película, en una novela, siempre había encontrado algo que los demás no habíamos percibido, siempre había mirado algo que los demás no habíamos visto. Ulises siempre había sentido algo nuevo, de una manera tan radical, que supo contarme la novedad, el descubrimiento, de una experiencia tan vieja, como la tibieza del sol en la piel.(...) Su vida, que fue un profundo acto estético, fue por eso mismo un profundo acto ético." Estas palabras fueron escritas y publicadas en octubre de 1996, por Carlos Vargas en Cuadernos de Marcha, unos días después de la muerte física de Ulises Beisso, un 26 de setiembre. Hoy, en el 2003, mi amigo Carlos Vargas, primo de Ulises, tampoco está entre nosotros, quizá porque, como también escribió esa vez: "....a la muerte le gusta llevarse a los mejores cuando aún son jóvenes.". Esta exposición quiere ser sólo un rescate mínimo a cuenta de futuras muestras que den la dimensión real de un gran artista, cuya obra fue y sigue siendo música de belleza y vida, única e indefinible.
Ulises Beisso nació en 1958 y desde los trece años comenzó sus estudios artísticos, primero con Pepe Montes, luego con Guillermo Fernández y Jorge Damiani, y también, en un período de tres años, en la Escuela de Arte La Esmeralda en México DF. De esa época es el autorretrato "YO 78", que fue pintado en México siguiendo la lección aprendida con Pepe Montes, pero con la libertad formal y cromática que Ulises tuvo desde muy temprano. En un reportaje que le hicieron Gustavo Fernández y Daniel Figares en Radio El Espectador luego de su última muestra en el Cabildo de Montevideo, Ulises cuenta una anécdota de su primera exposición junto a otros alumnos del taller de Pepe Montes, en 1975: "Pepe Montes trajo a Nenín Matto para que diera su opinión, entonces Nenín venía cuadro por cuadro, todos torresgarcianos, le parecían bárbaros, llegaba a los míos y decía: Esto es un horror, esto es un horror, esto es un horror, y en eso llega al último que estaba todo pintado en blanco, con la mina que tenía un vestido con un trapo pegado, como de gros o yo que sé, y unos garabatos negros sobre blanco, y recuerdo que frente a ese cuadro Nenín dijo: ¡Qué bien que pinta el blanco este muchacho!. Fue genial, porque todo lo demás era un mamarracho pero ese estaba bárbaro. Había pintado bien el blanco".
Los tres dibujos de los años 1981 y 1982, son a mi criterio, el principio de la obra más personal de Ulises, donde con gran madurez empieza a bucear en ese mundo tan personal y en su dibujo obsesivo y sublime. En esos años, Ulises fue seleccionado para exponer individualmente esos y otros dibujos en Sala Cinemateca, en una muestra que integró una serie de exposiciones de artistas jóvenes. En el texto publicado en Cuadernos de Marcha, Carlos Vargas recordaba la relación de Ulises con los objetos cotidianos, aparentemente insignificantes: "Todo lo que poblaba su mesa tenía una historia, y un sentido, todo era un acto estético". Es en esta línea de trabajo en donde se inscriben "EL GUANTE", hecho de cobre, alambre y cuentas, o el magnífico "SILLÓN CURSI PARA USO", de 1994; también la que entendemos es la mejor de sus "DORAS", construida en 1993 para un concurso donde Ulises se tomó el trabajo enorme de escribir en caracteres de diversas escrituras el nombre de la obra: "LA TORRE DE BABEL". Entran también en esta serie de objetos, las pequeñas "DORAS" con bisagras, chapas y madera.
Nos pareció importante mostrar algunos de los "PÁJAROS", hechos a fines de los ochenta, donde Ulises despliega toda su creatividad e inventiva, utilizando telas de vestidos de novia, tules, cartones y papeles de varios tipos, hermosas plumas de aves exóticas, junto a simples alambres y argollitas, que en sus obras adquieren una belleza inesperada. Una obra extraña, dentro de la extensa variedad de recursos que Ulises maneja, es la "FIGURA EN OCRE, BLANCO Y AMARILLO", una especie de ídolo andrógino y primigenio, en donde el marco nos sorprende formando una unidad indivisible con el dibujo que contiene. De su última exposición en el Cabildo, en 1996, sólo se exponen dos obras: el pequeño "SEC. CORAZÓN" que acompaña su autorretrato, y uno de los grandes cuadros de "IMÁGENES DE LO (MI) ESCONDIDO". Sobre esa muestra, Ulises decía: "...Yo pretendí, que con mi obra pasara eso, que entraras y no salieras el mismo, que en algún lugar te hubiera tocado. Que tu corazoncito se hubiera abierto un poco y hubiera entrado algo". Ulises Beisso fue un maestro, uno de esos artistas que uno envidia sin maldad pero con admiración. Su vida fue una obra de arte, y su búsqueda de la belleza, aún en el sufrimiento, nos conmina para usar una palabra muy suya- a disfrutar con felicidad casi eterna, la tibieza del sol en la piel.
Fermín Hontou (Ombú)
Revista Tres / Afiche Galería Aramayo